Editorial

Mobirise


Crónicas de la pandemia: el extra

Fernando de Buen

Cuando a principios de agosto decidimos regresar a publicar nuestro semanario Par 7 online, quizás a modo de catarsis más que cualquier otra razón, decidí escribir los textos, publicados los días 10 y 17 de agosto, bajo el título Crónicas de la pandemia; el primero de ellos se refería al golf y, el segundo, al mundo.

En ese momento no consideré necesario hacer una tercera entrega sobre este tema, pero, al ver el comportamiento de muchos de nosotros, nuestros hijos o nuestros padres, siento la obligación de invitarlos a todos a regresar voluntariamente al semáforo rojo, al cuidado extremo de nuestra salud, a cuidar a todos y cada uno de los nuestros, conminándolos a hacer lo propio, manteniendo la guardia en su máximo nivel durante las próximas semanas.

No debemos confiar en un gobierno que ha evidenciado que su interés económico está muy por encima del social. La irresponsable apertura de espacios públicos, tanto de carácter comercial, como religioso o de esparcimiento, ya está cobrando factura en la población y, si bien el número de fallecimientos parece mantenerse bajo, el de contagios tiende a regresar a los niveles de los peores meses del covid-19. Si analizamos lo que está sucediendo actualmente en Francia o España, donde se han decretado medidas extremas para evitar la expansión del contagio, podemos imaginar que lo mismo sucederá entre nosotros en unos cuantos días más.

Para corroborar lo que estoy mencionando, no hace falta observar las gráficas del cuestionable doctor López-Gatell o revisar los muchos sitios de internet cargados de información sobre los avances de este terrible virus. Basta, en la mayoría de los casos, enterarnos entre nuestros parientes o amigos cómo este mal se aprovecha de nuestra inocencia y regresa fortalecido para someternos a un desafío cuyas consecuencias son perfectamente comparables al juego de la ruleta rusa con un revólver en la sien.

Premisa: a los mexicanos nos encanta la parranda

Al parecer, todos estamos encontrando maneras de convencernos de que ya es tiempo de regresar a la normalidad, que a final de cuentas ya aprendimos a cuidarnos, a dejarnos puesto el cubrebocas y a desinfectar todo aquello que atraviese el umbral de nuestro hogar, incluyendo a los seres humanos.

Si su proceso de liberación ha sido semejante al mío, todo podría comenzar con una cena de dos en un restaurante, seguir con una reunión de cuatro con amigos, continuar con otras de seis personas y, para cuando nos damos cuenta —afortunadamente no he dado tal paso— ya formamos parte de un grupo de una docena de allegados comiendo juntos, o de una fiesta entre 20, que al fin y al cabo se organizó en un jardín.

Ya lo hemos hecho antes, pero regresemos por unos minutos a las primeras alarmas de esta pandemia. Sabemos que se transmite por medio de la saliva y el contacto de esta en boca, nariz u ojos. Pero quizá ya olvidamos que alguien con la suerte de ser positivo asintomático, pudo haberse tocado la boca al bajarse el cubrebocas para tomar un sorbo de su bebida, y poco después pudo haber posado la mano en el respaldo de la silla de alguno de sus amigos o darle una palmada en la espalda, coger su vaso para amablemente servirle otro trago, pasarle una servilleta de papel o recargarse en el barandal de la escalera. A cualquier persona que nuestro afortunado amigo pudo contagiar, simplemente le prestó un revólver con una bala en el tambor, invitándolo a jalar del gatillo. Si captaron mi sugerencia, se habrán dado cuenta de que todos estos actos coinciden en una característica: son medios de contagio que nada tienen que ver con la sana distancia ni con el cubrebocas; podríamos traerlo puesto todo el día y contagiarnos de mil maneras diferentes.

A veces damos como válido el estar seguros de que nos hemos mantenido bajo cuidados extremos y observando todas las precauciones pertinentes. También creemos que nuestros familiares hacen lo propio, pero solo porque nos lo dicen. Así, cuando nos encontramos con algunos de ellos, solo basta compartir el celular para ver el último meme y el daño estará hecho.

En concreto, no podemos confiarnos de los enemigos y mucho menos de los que son invisibles. El covid-19 es un bicho implacable que parece regodearse de la humanidad cuando ésta siente que ya lo ha dominado. Cada contagio, como lo queramos ver, está relacionado con la irresponsabilidad de uno o más seres humanos, con excepción, por supuesto, de los heróicos médicos y personal de enfermería que, sin contar con el equipo adecuado, se mantienen en el frente de la batalla, tratando de salvar vidas. Esa irresponsabilidad es solo de quien administra el centro de salud.

No podemos permitir que por falta de presupuesto, esta nueva curva alcance el cenit de la gráfica, porque ello significa que habrá más muertes y que algunas de ellas podrían suceder cerca de nosotros. Recordemos además que son fallecimientos sin el beneficio de una despedida.

Ya está próxima la vacuna, pero su fecha de aprobación es todavía incierta. Mientras llega, hagamos un esfuerzo extra por mantenernos sanos y cuidar a quienes nos rodean, sin importar si los conocemos o no. Querámonos a la distancia, hablemos por teléfono, comuniquémonos por WhatsApp, veámonos por videoconferencia y resistamos unas semanas más.

Hagamos lo que sea por no perder el contacto con nuestros seres queridos. Otros tipos de contacto podrían provocar que los perdamos.

Por favor, ayudémonos a sobrevivir a esta pandemia. Hagámoslo juntos, manteniéndonos separados.

fdebuen@par7.mx

© Copyright 2020, Par 7, Derechos reservados.