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Editorial

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Crónicas de la pandemia: el mundo

Fernando de Buen

A la memoria de mi querido amigo, Arturo Villanueva.
Te vamos a extrañar, Doc. 

Con más de 21.6 millones de contagios por covid-19 en el planeta, está claro que la humanidad nunca estará lista para una nueva pandemia. Cierto es que hay —o al menos parece haber— una plena solidaridad comunicativa entre los diferentes desarrolladores de vacunas potenciales, con el fin de salir cuanto antes con soluciones que detengan el avance de este monstruo microscópico. Aun así, es muy probable que la cantidad de contagios alcance los 30 millones, y la de fallecimientos, que hoy rebasa los 773 000, supere con facilidad el millón, antes de que la primera vacuna autorizada por la OMS penetre en el flujo sanguíneo de su receptor.

Algunos países, afortunadamente para sus habitantes, aplicaron las medidas necesarias para evitar una catástrofe humanitaria. El denominador común de quienes tuvieron éxito fue la aplicación masiva de pruebas y el seguimiento preciso de los movimientos de los que resultaron positivos, con el fin de rastrear a sus posibles contagiados. Otros, como Estados Unidos, Brasil o México, fueron irresponsables —por decir lo menos— y subestimaron los efectos de la pandemia. Estos tres países, junto con la India y el Reino Unido, comparten la triste coincidencia de contar con presidentes o primeros ministros populistas, a quienes este coronavirus, lejos de significarles un desafío en el que hubiesen podido demostrar su capacidad como estadistas, resultó un estorbo para su proyecto político. El resultado es que estos cinco países encabezan la lamentable lista de fallecimientos en el planeta.

¿Por qué existe esta extraña relación entre el populismo y la propagación del SARS-CoV-2? Si bien, no puede considerarse como una regla general, pues existen varios países con gobiernos populistas que no cumplen con la condición, está comprobado que esta forma de gobernar —una combinación letal de mentiras y promesas imposibles de cumplir— encuentra suelo fértil en sociedades con educación deficiente, como es el caso de América Latina. Si los líderes de un país no recurren al uso de cubrebocas —Donald Trump, Jair Bolsonaro o Andrés Manuel López Obrador—, es muy probable que sus simpatizantes con nivel educativo insuficiente tampoco lo utilicen. El caso de México es más patético aún, pues el encargado de atender la pandemia, el subsecretario Hugo López Gatell, en aras de no contradecir al presidente, miente con descaro al subestimar el uso de este indispensable accesorio. Estamos a unos días de llegar a 60 000 fallecimientos en México, escenario que el propio López Gatell calificó como «muy catastrófico». Su evidente ineptitud, sumada a la terquedad del mandatario de mantener a su equipo de gobierno, a pesar de las pruebas irrefutables de su inhabilidad o impotencia para ejercer sus respectivos encargos, han resultado una bomba de altísima letalidad para nuestro país.

Ante un panorama como el que estamos viviendo y el nulo deseo o capacidad para resolver la ecuación que nos puso la pandemia, la única esperanza es que logremos mantenernos sanos y seguirnos cuidando en extremo, hasta que lleguen las tan esperadas vacunas. Pero eso, al menos en México, no sucederá antes del primer semestre del año próximo.

Lo positivo de la pandemia

Dentro de lo terrible que ha resultado esta plaga apocalíptica, han surgido también extraordinarias experiencias que, sin duda, nos están dejando ya un aprendizaje difícilmente imaginable bajo cualquier otra circunstancia diferente.

Para quienes decidimos llevar a cabo un encierro voluntario durante varios meses que aún no concluye, el trabajo en casa —home-office, dirían las nuevas generaciones que no entienden la belleza y utilidad de nuestro idioma— ha resultado mucho más efectivo de lo que jamás pensamos. En la actualidad, para quienes somos profesionistas, hay muy pocos trámites que no puedan resolverse mediante el uso de una computadora e internet. El consumo de gasolina, al menos en mi caso, se ha reducido en un 75%, lo que consecuentemente indica mi humilde aportación a la disminución del tráfico vehicular y de la contaminación. Ocasionalmente, es indispensable salir del encierro para cumplir con asuntos laborales, pero nada más. Muchas empresas ya se están planteando la posibilidad de reducir al mínimo o, de plano, abandonar el sitio de trabajo, para sustituirlo por la labor domiciliaria, lo que significaría un importante ahorro para estas.

Aprovechando también las semanas de encierro, la naturaleza y sus protagonistas han recuperado espacios que les estaban prácticamente vedados por la barbarie humana. Hemos visto emocionantes escenas de delfines en los canales de Venecia, jabalís en ciudades españolas, el famosísimo oso regiomontano y muchos otros casos, que parecen querer gritarnos que cuidemos al medio ambiente disminuyendo nuestra movilidad.

La crisis nos ha acercado a la cultura y al conocimiento como nunca. Gracias a aplicaciones como Zoom, Meet (Google) o Skype, las videoconferencias están en la pantalla de la computadora, tableta o smartphone, muchos museos de fama mundial han abierto sus puertas, grandes orquestas han ofrecido conciertos gratuitos a través del streaming, y las aulas de las universidades están perdiendo su calidad de insustituibles. Si a eso le sumamos que prácticamente todo el conocimiento de la raza humana es accesible a través de cualquier aparato conectado a la nube —lo que por supuesto, sabíamos mucho antes del inicio del covid-19—, entenderemos que, más allá de cuidarnos de un posible contagio, al disminuir nuestra circulación estamos aportando en buena medida al rescate del medio ambiente.

Por supuesto, resulta indispensable regresar a las actividades deportivas —nuestro adorado golf—, a las reuniones familiares y entre amigos, a los abrazos y besos, a dejar de tener miedo a la cercanía de otra persona, a enterarnos que el cubrebocas ya no es necesario, como tampoco lavarnos las manos cada vez que tocamos algo, a desinfectar el automóvil cada vez que alguien más lo conduce… en fin, regresar a la vieja normalidad.

Vaya desde aquí un abrazo cariñoso y solidario para aquellos que han sufrido la pérdida de su empleo, de su negocio o, más triste aún, de un ser querido.

fdebuen@par7.mx

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