Mobirise
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Editorial

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Parte 2

Tecnología o capacidad

Fernando de Buen

Debe haber muy pocos deportes en el mundo, donde los equipos y accesorios sean tan generadores de sueños como el golf. Basados en esa adicción de los jugadores por las novedades que se anuncian como mágicas soluciones a cualquier problema relacionado con el juego, aparece la codera que resolverá tus problemas con el slice, la muñequera que acabará con los yips, el perfecto wedge con el que siempre la dejarás dada, o la bola que casi cuenta con el poder de dirigirse hacia donde tú indiques, después de haber recorrido 320 yardas de carry con tu nuevo driver de tecnología hiperespacial (lo que sea que ello signifique).

Lo cierto, es que hay demasiadas fábricas de sueños en el golf, pero también las hay de realidades que dedican miríadas de millones de dólares para el desarrollo de bolas y palos que han provocado en las últimas décadas que los campos actuales se vuelvan obsoletos, al menos como fueron diseñados originalmente.

Los números lucen aterradores. Como mencioné en mi pasada columna, cada año el promedio de drive en el PGA Tour y Tour Europeo, avanza una yarda. Puede sonar como poca cosa, pero ello significa que el año próximo, celebrando 25 de la aparición de Tiger Woods en la escena profesional del golf, los drivers de todos los miembros del circuito volarán 25 yardas más que en 1996. No hay campo que aguante esa diferencia. Lo peor es que, de seguir esta tendencia, para 2046 el aumento de yardas será de 50, a menos que la USGA y la R&A hagan algo por detener esta meteórica y desigual carrera.

¿Qué pasa si no lo hacen?

De no crear una nueva reglamentación de palos y bastones, es factible pensar que, dentro de un cuarto de siglo, los grandes pegadores estarán promediando cerca de las 340 yardas con el driver y comenzarán a buscar los greens en hoyos de hasta 400 yardas, lo que hoy se antoja casi imposible, bajo condiciones normales.

También es fácil notar que, al paso de los años, el número de hoyos par 5 en torneos profesionales ha disminuido dramáticamente, pues en la mayoría de los casos, los jugadores pueden alcanzar el green en dos golpes, o bien ejecutar su tercero alrededor de dicha superficie. Baste ver las estadísticas de los hoyos par 5 en el PGA Tour este 2020, donde prácticamente todos los jugadores regulares del circuito tienen un promedio por debajo de los cinco golpes. Basados en la metodología actual, los torneos se jugarían eventualmente en campos par 64, 65 o 66.

No resulta descabellado profetizar que, en un futuro próximo, al menos en torneos profesionales, las nomenclaturas de par 3, par 4 y par 5 terminarán desapareciendo, para distinguir cada hoyo conforme al número de yardas con el que se juega en la competencia. Al no haber un par de campo específico, tampoco se podrá calificar el desempeño de un jugador con base en el número de golpes bajo par, sino meramente en la cantidad de estos.

En todo caso, se trata de temas estadísticos y serían lo menos importante dentro de esta crisis potencial del golf mundial. Lo verdaderamente grave está en todos aquellos campos —la inmensa mayoría— que ya no tienen posibilidades de crecer su longitud, y cuyas opciones de solución están más limitadas de lo que uno pensaría. Si bien es fácil aumentar la dificultad del campo, angostando los fairways o incrementando la velocidad de greens o colocando las banderas en los lugares más complicados, no es una buena solución, pues afecta por igual a todos los jugadores sin importar su hándicap. De esta forma, un campo de fin de semana diseñado para el esparcimiento, se volvería una tortura para los golfistas de hándicap medio o alto —bogey golfers, como los clasifica la USGA—que practican en él. Esta solución, como hemos visto a través de los años, es la que se utiliza en las sedes de torneos profesionales donde la distancia no es un factor relevante, pero resulta muy poco funcional en un campo normal.

Si bien la USGA y la R&A no han propuesto soluciones concretas a este grave e inminente problema, se manejan algunas posibilidades entre las cuales están las de crear una nueva regulación para la fabricación de bolas y palos de golf, para uso exclusivo de giras profesionales o campeonatos amateurs de estas organizaciones. De esta forma, se evitaría la obsolescencia de los campos y se mantendría vigente la batalla comercial que busca convencer a los golfistas de nivel medio o bajo, de que pueden seguir soñando en alcanzar el green de ese par 5 con dos golpes.

Si el mencionado rumor es cierto, sería un muy doloroso impacto para los fabricantes de sueños golfísticos pues, al menos en términos de distancia, tendrían que cambiar completamente de estrategia mercadotécnica para vender sus productos.

Yo tengo una solución efectiva y mucho más económica: esconderles el driver a los pegadores largos y devolvérselos al término de la ronda.

fdebuen@par7.mx

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