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Editorial

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Un slice.


75 000 lecciones y una enseñanza para evitar su slice

Fernando de Buen

Adaptación de un artículo de mayo de 2000, con eterna vigencia, para bien o para mal de nosotros, golfistas irremediables.  

Nunca había sido un asiduo comprador de revistas de golf, sin embargo, durante algunos años, la excusa ideal para adquirir uno de estos ejemplares, era la inminencia de un viaje, especialmente aquellos inolvidables a Myrtle Beach, SC, durante los cuatro años que participé con mis buenos amigos de Vallescondido, en el Campeonato Mundial Amateur de Golf, allá por la última década del siglo pasado. 

Sin embargo, recuerdo la forma en la que prácticamente engullía cada página de las revistas que compraba como la excusa ideal para acompañarme en los mencionados periplos. En cada sesión de lectura incluía todo: los artículos de opinión, las noticias, los anuncios y, especialmente, las lecciones de golf. 

En esos años, siempre me había distinguido por ser un jugador con tendencia al fade o al slice, al igual que la gran mayoría de los golfistas de todo el mundo y eso, los editores lo saben mejor que nadie, por lo que, en cada edición mensual, aparecen una o más lecciones para arreglar el mencionado problema.

«Esta sí me ayudará a terminar con el mugroso slice— pensaba yo, de cada una de las alternativas que se me presentaban a través de las páginas—, extender el backswing, no montar la mano derecha en el grip, cambiar el peso al pie izquierdo al empezar el descenso, girar los hombros sin desplazar el cuerpo hacia atrás, flexionar la pierna derecha durante todo el proceso» … y miles y miles de etcéteras.

La realidad era otra. Cuando se me presentaba la primera oportunidad de probar esas nuevas teorías, invariablemente, los resultados eran nefastos. Lo único que estaba logrando era aumentar, en forma exponencial, el número de preocupaciones para ejecutar mi siguiente golpe, lo que alteraba la ya de por sí precaria mecánica de mi swing. Posiblemente un par de buenos golpes y después, el desastre garantizado.

No obstante, resulta ilógico que los tips que ofrecen los profesionales e instructores —personajes de reconocido prestigio en el ámbito mundial, tanto en el juego como en la enseñanza— sean erróneos. El problema tiene que estar por allí, alojado cómodamente en algún lugar del cuerpo o la mente.

Todos sabemos las naturales tendencias del hombre a la autodestrucción y a la automedicación. Pensar que estamos capacitados para elegir un medicamento que nos cure con solo consultar el Vademécum es el equivalente, dependiendo del caso, a caminar con los ojos vendados entre cáscaras de plátano o jugar a la ruleta rusa un día por semana. En el golf pasa exactamente lo mismo, dependiendo de la importancia que le otorguemos.

Seríamos demasiado optimistas si pensáramos que nuestra mecánica del swing es casi perfecta y que el solo hecho de extender nuestro backswing unos cuantos centímetros más de lo acostumbrado, nos va a resolver la existencia. En mi opinión, todas las recomendaciones que observamos en revistas, libros e inclusive, en el internet, deben considerarse con las reservas del caso y si pensamos que pueden sernos útiles, ejercitarlas ligeramente en la mesa de práctica, sin olvidar lo más importante de todo, comentarlas con nuestro instructor de cabecera.

Recuerdo que en una de las muchas ediciones del Torneo Interclubes del Valle de México, el más esperado y emocionante del año para muchos de nosotros, mi juego había sufrido una recaída considerable. Durante semanas había intentado de todo: cambios en la postura del swing, en la distribución del peso y quién sabe cuántas cosas más, sin resultados positivos. Fueron días de una desesperación total, que me habían hecho resolver, como capitán del equipo, el no participar en el torneo como jugador activo y limitar mi participación a la elección de las parejas y al apoyo incondicional a todos ellos durante la competencia, a menos que sucediera un milagro. De todas formas, el haberme resignado a una decisión así, no significaba necesariamente estar conforme con ella. Había que agotar todas las posibles soluciones.

Así que, un par de semanas antes del comienzo del evento, previo a una de las prácticas del equipo, resolví como recurso desesperado, hablarle a Jesús Ochoa, el Mara, mi pro de confianza, para tomar con él una lección de emergencia. Su agenda, como siempre, estaba muy cargada, pero el abuso de una grata amistad y la desesperación de este solicitante, casi lo obligaron a concederme unos minutos, entre dos de sus múltiples actividades. Llegado el momento, me presenté con unos minutos de anticipación a la hora pactada, para el necesario calentamiento muscular y aflojar un poco la tensión. Cuando llegó Jesús, me pidió ejecutar dos o tres tiros con el hierro 7, sin hacerme comentario alguno. Tras ellos, vino el diagnóstico: «Tu postura inicial, tu backswing y tu follow–through están correctos— comentó, y en ese momento pensé que mi destino estaba decidido y no jugaría el Interclubes, pero, tras una ligera pausa, el Mara felizmente añadió—, pero están totalmente descoordinados. Así que me hizo tomar el hierro 8 y golpear 25 bolas recorriendo solamente un tercio del swing hacia atrás y adelante, pero buscando lograr un movimiento homogéneo con los hombros, caderas, brazos y piernas. No había ejecutado más de quince golpes cuando mi swing ya alcanzaba el 50% de su extensión y poco más tarde, ya estaba yo logrando tiros casi perfectos con un swing completo. Todo ese lapso no excedió de los diez minutos y mi problema estaba resuelto. Antes de despedirse, Jesús solo comentó: «Sigue practicando ese ejercicio, sobre todo, antes de empezar una ronda».

Tres o cuatro semanas de frustraciones buscando una solución en la estratósfera de una mente confundida y justo, en mi propio club, a una llamada telefónica de distancia, bastaron tan solo diez minutos que me permitieron participar con confianza en el anhelado torneo. Más allá de la tranquilidad de volver a mi habitual nivel de golf, aquella enseñanza me confirmó que en este deporte se aprende muy poco, si uno no es observado eventual o cotidianamente por un experto. La razón es muy sencilla: resulta tremendamente difícil adivinar nuestras carencias, si durante la ejecución de un golpe no podemos observar todos nuestros movimientos. ¿O es que alguien tiene la capacidad de desarrollar una mecánica exacta y a su vez analizar cada uno de los pasos de este complicado proceso? Si así fuera, los grandes profesionales de este deporte no necesitarían del entrenador que habitualmente los acompaña, ¿no creen?

En conclusión, cada vez que tenga un problema en su juego, practique las magníficas soluciones que le ofrece su revista favorita; pero, siempre que tenga la oportunidad, hágase observar por un experto. No vaya a ser que por arreglar un engrane, se le desajuste todo el motor.

fdebuen@par7.mx

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