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Editorial

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St. Andrews en los 1800.


Algunos mitos y realidades del golf

Fernando de Buen

No es la primera vez que escribo sobre este tema, cuyo anecdotario es tan amplio como su añeja historia y podría escribirse un libro completo sobre mitos —y realidades— alrededor del golf, sus orígenes y sus características. Espero que les guste.

Alrededor del golf, especialmente en las pláticas del Hoyo 19, es común escuchar algunos comentarios sui géneris acerca de nuestro querido juego, su historia, sus reglas, anécdotas y muchas otras cosas que pueden sonar factibles o no, pero tienen algo en común: suelen ser interesantes, pero también falsas. Veamos algunos de ellos.

El origen de la palabra golf

Para algunos, el ancestral juego debe su nombre a un acrónimo de la propia palabra, cuyo significado sería Gentlemen’s Only, Ladies Forbidden. Este signo inequívoco de misoginia no es otra cosa que uno de los más socorridos mitos para evitar que las damas compartan el juego con sus pares masculinos.

Aún sin haber evidencia inobjetable sobre su origen, que se pelean chinos, romanos, franceses y holandeses, todo parece indicar que la palabra golf se deriva del término holandés kolf —bastón— con el que se denominaba a un juego anterior al que nos ocupa, consistente en golpear una pelota, generalmente de madera, a través de un área específica, con el fin de llevarla hasta un objetivo determinado, usualmente una puerta, en el menor número de golpes posible. Se cree que, gracias al comercio marítimo entre los Países Bajos y Escocia, llegó el colf a este último, donde finalmente se convirtió en lo que ahora conocemos.

Los 18 hoyos

También es común escuchar que el origen de los 18 hoyos tiene que ver con la cantidad de tragos de whisky que cabía en una cantimplora y que podía un golfista consumir durante una ronda. Irrisorio y falso.

La verdad de las cosas es que también en el caso del número común de hoyos para un campo de golf, tuvo mucho que ver el Royal & Ancient Golf Club of Saint Andrews, mejor conocido como el R&A. Originalmente, el Old Course contaba con once hoyos, que se jugaban tanto de ida como de regreso. Una vez que el jugador terminaba un hoyo, podía colocar su bola a un palo de distancia e iniciar el siguiente. Tras terminarlos, solo era cuestión de regresar por el mismo camino, utilizando también en la vuelta, los mismos hoyos que en la ida, un total de 22. Con el tiempo se crearon diferentes hoyos para la ida y el regreso y años después se crearon las mesas de salida afuera de los greens. Más tarde comenzaron a dividirse los fairways, aunque en el viejo campo escocés aún hay hoyos que comparten fairways o greens.

Fue en una de las muchas remodelaciones que sufrió este campo durante su historia, cuando el R&A decidió recortar los dos primeros hoyos del campo, dejando un total de nueve para la ida y el regreso —18 en total—, sentando las bases de lo que habría de considerarse como el estándar de un campo de golf.

Si habiendo aire se desplaza tan lejos, ¿cuánto más volaría mi bola en el vacío?

Aunque suene lógico, este es, sin duda, uno de los conceptos más erróneos entre los golfistas. Originalmente, las bolas de golf eran lisas y volaban realmente poco en comparación con las actuales. Fue hasta que un profesional de golf de Musselburgh, Willie Dunn, se dio cuenta que las pelotas que había regalado a unos caddies volaban mucho más que las suyas, a pesar de estar demasiado rayadas por los golpes. Con el tiempo se dio cuenta que precisamente eran tales rayas las que provocaban que la bola se mantuviera en vuelo por un lapso mayor. ¿Qué tiene esto qué ver con el aire? Ahí voy:

Las rayas (sustituidas en la actualidad por hendiduras cóncavas o dimples) causan que la bola gire al momento del impacto con efecto de backspin; esta rotación provoca que el aire que pasa por encima de ella sea más rápido que el de abajo, generando un efecto de elevación parecido al que sentimos cuando en un auto a buena velocidad sacamos la mano por la ventana y —al levantar ligeramente los dedos— sentimos que se eleva de inmediato. En la medida que la bola disminuya su fuerza y giro, quedará más expuesta a los efectos de fricción del aire y gravedad, para terminar cayendo de nuevo a la superficie hasta detenerse. En el caso de una bola golpeada en el vacío, si bien no existe el coeficiente de fricción que la frena, tampoco se contaría con el aire que mantiene su elevación por más tiempo, dando por resultado un vuelo muy reducido. ¿De qué diferencia hablamos en este caso? Más de la que se podría uno imaginar. En la atmósfera normal, sin fuerzas que actúen ni a favor ni en contra del vuelo, una bola que se desplaza 230 yardas, en el vacío apenas recorrería 160.

La bola más rápida del mundo

Hasta 2007, siempre se consideró que el objeto más veloz en el mundo deportivo era la pelota de jai-alai —302 km/h—, pero Ryan Winther, profesional de torneos de drive largo, le imprimió a su bola una velocidad de 365 km/h en 2014.

Pero, aunque parezca increíble, ambas pelotas palidecen ante el gallito de bádminton, que ha registrado velocidades de hasta ¡493 km/h!

Y lo que falta…

Como dije al principio, esto da para mucho más y ya buscaremos el momento.

fdebuen@par7.mx

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