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Editorial

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¿Dónde juegan los niños?

Fernando de Buen

I know we've come a long way,
we're changin' day to day, 
but tell me, where do the children play? 

Cat Stevens

Difícil comenzar un año con la carga emocional del que se quedó atrás y que muchos ya reconocen como el peor de sus vidas. Las historias de cada uno de nosotros están irremediablemente relacionadas con la angustia del encierro, con la pérdida de la rutina del trabajo, del entretenimiento finsemanario y, en el peor de los casos —pero no poco común— con la pérdida de un ser querido, por causa del maldito invasor microscópico que dio al traste con nuestra forma de vida, nuestra metodología laboral, que nos convirtió a los más responsables en enmascarados permanentes, viviendo en una sociedad donde el enemigo es quien no porta un cubrebocas frente a nosotros en espacios públicos y donde hemos aprendido a reconocernos al compartir una mirada melancólica.

Pienso en los niños de 3 a 5 años, que han vivido una muy importante etapa de su vida sin convivir con alguien que no sea su familia, prácticamente sin salir de casa, sin asistir a la escuela o a un parque de diversiones y no puedo evitar reflexionar sobre lo que pasa por sus cabezas; ¿será que todos los seres humanos se deben cubrir nariz y boca como lo hacen las mujeres musulmanas con el niqab y que sus rostros les están vedados al resto de la gente?, ¿pueden estos niños imaginar a una sociedad que muestra su sonrisa a los demás, comparte juegos, comidas familiares, ven el futbol apretados todos en el mismo sillón y que buscan la más inútil excusa para compartir un abrazo? De repente, siento que nos estamos convirtiendo en nuestras propias mascotas, aquellas que no salen de casa y, si lo hacen, es con una correa al cuello, dirigidos por la mano del amo; de nuevo, el amo microscópico que nos ha obligado a arrodillarnos ante él, como dios inmisericorde que, en lugar de predicar amor lo hace con el fuete del castigo, y que caprichosamente puede perdonarnos o condenarnos a morir en total soledad.

Aún así, al salir al parque La Mexicana para hacer algo de ejercicio con el incómodo cubrebocas puesto todo el tiempo, sigo siendo testigo de la criminal irresponsabilidad de corredores y caminadores —la inmensa mayoría millenials— que se sienten inmunes al citado mal y les importa un rábano que, tras cada respiración agitada, podrían brotar millones de partículas potencialmente asesinas de su nariz y boca (ya contacté al alcalde de Cuajimalpa, Adrián Rubalcava, sobre este asunto y se comprometió a resolverlo. Al tiempo). ¿Qué pasa con estos irresponsables?, ¿acaso no leen los periódicos o ven los noticieros o ni siquiera consultan Twitter?, ¿será que en su mundo de Instagram y TikTok el covid-19 no tiene cabida?

En una racha fatídica de cinco días, a principios de enero, el número de contagios sumó 68 817, rompiendo cada vez el récord anterior y con más de mil fallecimientos por día; entre el 15 y el 16 de enero se alcanzó la alarmante cifra de 41 889 nuevos enfermos y 2 325 decesos. Pero siguen surgiendo miles de personas de todos los niveles económicos desafiando a la pandemia. Algunos podrían creer que una buena paella o un asado crean inmunidad de rebaño con los diez o doce amigos invitados.

Sin duda, el esfuerzo de la humanidad por buscarle soluciones a esta pandemia es loable y en el resto del mundo no se han escatimado recursos humanos y económicos para desarrollar, producir y distribuir la vacuna que podrá en un futuro próximo controlar al virus maldito.

En México sí se han escatimado y poco le importa al Gobierno si han muerto más de 140,000 —como ellos dicen— o más de 300 000, como señalan las estadísticas que acepta la propia autoridad. Rebasamos ya 1.6 millones de contagios superando por mucho el 1% de la población, pero el presidente dijo el 9 de enero que: «…ora con la pandemia… este… no nos… fue tan mal… no nos ha ido tan mal». Y el responsable de controlar la enfermedad, que ha repetido hasta el cansancio el: «Quédate en casa», viaja en avión a Oaxaca sin cubrebocas y disfruta de vacaciones en Zipolite, con la bendición del supremo.

Pero México sufre, además, la doble maldición de haber vivido el peor año de su historia posrevolucionaria, uno donde convivieron armónicamente la violencia, el crimen, la crisis económica, la quiebra de Pemex y la CFE, el desempleo, la mentira, la destrucción de fideicomisos e instituciones reguladoras y de derechos humanos y, sobre todo, la polarización alimentada desde Palacio Nacional, donde el odio se ha vuelto el común denominador entre quienes se sitúan en diferentes bandos.

Solo los mexicanos podemos decidir nuestro destino, pero debemos dejar atrás pereza y negligencia y actuar para solucionar en junio el gravísimo problema por el que pasa nuestro país. Definitivamente, no podríamos resistir un año más con un gobierno tiránico y un congreso conformado mayoritariamente por lamesuelas del presidente de la República. No existe señal alguna de una corrección en el rumbo y el actual nos ha llevado al abismo, al aislamiento internacional y a una crisis social, económica, política y de salud.

En esta única ocasión es imperativo dejar atrás preferencias políticas y elegir lo que le dará al país fuerza para crecer, para recuperarse, para rescatar a sus instituciones y controlar a un gobierno desbocado; no se trata de un cambio de rumbo o un golpe de Estado, se trata solamente de controlar a un aprendiz de dictador ignorante, pero malignamente inteligente y sagaz.

Queremos trabajo, apoyo a cambio de los impuestos que pagamos religiosamente, un sistema de salud que funcione y los medios necesarios para mantener a la familia tranquila y unida. Queremos regresar a un mundo donde los niños de México puedan salir a jugar sin pensar en el ominoso futuro que les espera.

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Con esta, ya son cuatrocientas ediciones de nuestro semanario, a través de casi diez años, y nos habría gustado celebrarlas con bombo y platillo, pero los tiempos y el respeto a los millones que están viviendo días difíciles, nos obligan a la prudencia y remitirnos a darles las gracias por tantos años de contar con su preferencia.

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