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Editorial

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El sueño del PGA Tour por un major 

El prestigio no se compra

Fernando de Buen

El PGA Tour es una de las organizaciones deportivas más poderosas del mundo en términos económicos. Entre dicha gira y sus afiliadas, el PGA Tour Champions, el Korn Ferry Tour, el Mackenzie Tour PGA Tour Canada, PGA Tour Latinoamérica y PGA Tour Series-China, organiza más de 100 torneos al año y comparte con el Tour Europeo el prestigio de ser los más importantes circuitos golfísticos profesionales del planeta.

Sin contar a sus afiliadas, el PGA Tour organiza 46 torneos al año y ofrece una bolsa acumulada de 341 millones de dólares. El Tour Europeo, por su parte, entrega alrededor de 230 millones en premios cada año.

El PGA Tour es también la organización deportiva estadounidense que más dinero ha entregado a beneficencias a través de la historia. Desde su primera donación a la caridad —US$10,000, durante el Palm Beach Invitational de 1938— las cantidades entregadas a estas causas, a través de los años, han crecido exponencialmente. En 2005, alcanzaron la impresionante cantidad de 1000 millones de dólares, 2000 en 2014 y, con los 204.3 millones entregados en 2019, sobrepasaron ya los 3000 millones de dólares en donativos.

Al igual que los otros deportes con los que compite en popularidad, como el beisbol, el futbol americano o el basquetbol, la organización del golf profesional es, ante todo, un negocio y se maneja como tal. La actividad deportiva nunca está por encima del dinero que genera. Como diríamos por estos lares: «con dinero baila el perro».

Obviamente, para poder sostener tal nivel de ayuda a causas que lo necesitan, así como encargarse de la manutención de valiosísimas fundaciones de asistencia, educación y aprendizaje del deporte, es indispensable sobreponer la importancia de generar el mayor dinero posible; después de todo, el PGA Tour pertenece a los propios jugadores que allí militan.

La única piedra en el zapato de esta asociación es no contar con un torneo de grand slam, ya que los cuatro eventos que conforman esta elite son organizados por otras instituciones; así, el U.S. Open pertenece a la USGA, el Open Championship a la R&A, el Masters a Augusta National y el PGA Championship a la Professional Golfers Association (PGA). Es importante aclarar que esta última, aunque comparte un origen común con el PGA Tour, es una organización independiente.

Con el fin de buscar un campeonato capaz de competirle a los cuatro grandes, el PGA Tour ha intentado resaltar el prestigio de su Players Championship y, si bien cuenta con un field del más alto nivel y una bolsa semejante, el prestigio del torneo está muy por debajo de los ya citados.

Otro gran esfuerzo por tener en su calendario justas del más alto nivel fue la organización de los Campeonatos Mundiales de Golf —WGC, por sus siglas en inglés—, con un criterio de participación que depende más del ranking mundial que del correspondiente a las propias giras, y con bolsas que se asemejan a las de los cuatro majors. Aunque la idea de estos torneos fue concebida por el PGA Tour, con el fin de amalgamar esfuerzos y asegurar la presencia de los mejores jugadores del mundo, la creación de esta serie se atribuye a la Federación Internacional de PGA Tours, que incluyen al propio PGA Tour —que los organiza—, Tour Europeo, Tour de Asia, Tour de Japón, Sunshine Tour y el PGA Tour de Australasia.

Esta semana, en el Club de Golf Chapultepec, tendremos el WGC-México Championship, el cual, para fortuna de la afición golfística nacional, le arrebató Grupo Salinas a Donald Trump, a fuerza de billetazos.

Quizá con la excepción de la PGA, algo que distingue a los organizadores de majors es que solo informan las bolsas de cada torneo para fines estadísticos y de clasificación, pero nunca como el leitmotiv para competir en ellos. De hecho, ni la USGA, ni la R&A y mucho menos el Masters le dan importancia en sus transmisiones al monto de sus premios.

A juzgar por los hechos, está claro que sin importar la calidad de los jugadores que participan en sus torneos o la increíble cantidad de dinero que reparten en estos, el prestigio de un torneo nunca se podrá medir por el monto económico que ofrece a sus jugadores, sino por su historia, su prosapia, su ascendencia, su influencia en la afición y, por supuesto, por la honda huella que provoca en cada edición.

En pocas palabras, el prestigio se gana, no se compra ni con todo el dinero del mundo.

fdebuen@par7.mx