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Editorial

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Abraham Ancer.

Abraham y la décima de segundo

Fernando de Buen

En la Fórmula 1, una décima de segundo por vuelta puede ser la diferencia entre ganar una carrera y quedarse fuera de los puntos. En la relojería mecánica, la máquina de tiempo que cada minuto se desplaza un lapso semejante al citado habrá perdido o ganado en un día el equivalente a 144 segundos o 2.4 minutos, tiempo más que suficiente para declarar al tal reloj como una porquería. En golf, hacer contacto con la bola una décima de segundo antes o después, podría marcar la variación entre una oportunidad de birdie y dejar la bola fuera de límites.

Cuando un jugador ha demostrado que tiene la capacidad necesaria en el aspecto técnico, que sabe administrar lo mejor de sus activos durante una ronda de golf, que tiene la paciencia necesaria para sobreponerse a un mal golpe o un mal hoyo sin perder la confianza, y que puede mantener su plan de juego de principio a fin, la eventual victoria no sería otra cosa que la consecuencia de la mezcla de las fortalezas mencionadas, sumadas, claro está, a un espacio temporal de virtuosismo que llega a sobrepasarlas y, ¿por qué no decirlo?, a esa dosis de suerte que suele acompañar a los campeones, sobre todo, en su primera victoria.

Cuando veo a jugadores del PGA Tour con ese cúmulo de atributos en su acervo deportivo —aunque sin victorias en su palmarés—, me gusta pensar que son como autos de carreras a los que solo hace falta un pequeñísimo ajuste para ganar esa décima de segundo y pelear por el triunfo en cada competencia. Los jugadores de la máxima gira golfística no trabajan solos y son la parte visible y ejecutante de una escudería —vuelvo a los términos automovilísticos— conformada por especialistas capacitados para encontrar aquello que le permita al competidor dar el salto entre el aspirante y el campeón.

Como hemos podido ver en la presente temporada, el de Reynosa tiene ya las cualidades que se requieren para ganar un torneo en el PGA Tour: distancia suficiente, precisión, buen juego corto, números destacados con el putter y, sobre todo, una indeclinable alineación a su plan de juego. Como resultado de este generoso coctel, Abraham ha participado en 12 torneos en la presente temporada, ha pasado el corte en nueve, en cinco ha quedado dentro del top-25 y acumula ya dos top-10. Apenas hace dos semanas, en el Players Championship, evento al que muchos consideran con un grado de dificultad igual o mayor al de un grand slam, llegó a la final compartiendo el segundo puesto, habiendo superado todas las expectativas de los pronosticadores profesionales. Al final del camino, no tuvo una buena ronda final y terminó en el 12º lugar, pero ya es un resultado que nos permite pensar que el anhelado primer triunfo se acerca cada vez más.

Si bien —reitero— tiene todos los ingredientes que se requieren dentro del campo de golf para ganar, parece haber uno solo que aún está por encima de sus excepcionales atributos: la tranquilidad y el control que necesarios para cerrar un torneo en la misma forma en la que se abrió, más la inefable fortuna que a veces se presenta para que los aciertos de un protagonista contrasten con los yerros de otro, abriendo de par en par las puertas de la victoria.

La historia nos ha mostrado innumerables ejemplos de grandes golfistas que han sufrido lo indecible por ganar una primera vez y, a partir de allí, repetir la hazaña en forma más natural y con aparente menor esfuerzo.

Si tuviera yo que definir al espacio virtual entre el aspirante capacitado para ganar y el campeón, simplemente le llamaría la décima de segundo.

Ese es el único ingrediente que requiere Abraham Ancer para convertirse en el primer campeón mexicano en el PGA Tour, desde el segundo triunfo de Víctor Regalado en julio de 1978.

Gracias a su posición como el número 59 del mundo, Abraham jugará esta semana el WGC-Dell Technologies Match Play por derecho propio, y no dudo que en las pocas semanas que quedan antes del inicio del Masters, obtenga el resultado que se necesita para ubicarse dentro de los 50 mejores y ganarse el derecho de participar en dicho torneo y en los tres restantes grandes del calendario. Todo ello significa experiencia y la experiencia es una vía esencial para pavimentar el camino al cénit.

Una décima de segundo; un lapso tan pequeño que es prácticamente imposible expresarlo con el sonido de la voz.

fdebuen@par7.mx