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Editorial

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Sergio García.

El aprendizaje de Sergio

Fernando de Buen

Debo decir que sigo impactado por los corajes de Sergio García en el torneo de Arabia Saudita, y no dejo de pensar en cómo pudo haber reaccionado así un golfista de 39 años, con una riqueza suficiente para que tres o más generaciones de sus descendientes vivan con todas las comodidades, un feliz matrimonio del que ya nació una bella hija, una suma muy importante de títulos internacionales —incluyendo un Masters—, es el máximo ganador en la historia de la Copa Ryder y, en fin, parece inexplicable que alguien tan favorecido pueda descontrolarse totalmente, a sabiendas de que todos sus movimientos son grabados en una cámara de video, ya sea la de la trasmisión oficial o por las de los miles de aficionados que lo siguen a través de sus torneos.

Debo confesar que no en una, sino en muchas ocasiones, cuando yo era un golfista competitivo en mi categoría —la B o C dependiendo de la época—, hice berrinches que en nada desmerecían a los del peninsular. Sin embargo, si bien las consecuencias de tales exabruptos, donde llegué a doblar o romper varillas y el consiguiente daño al inocente campo de golf, a la postre resultaban mucho más dolorosas que los propios errores, y no por los costos derivados de la reposición de los equipos, sino por darme cuenta que, teniendo la oportunidad de recapacitar, decidí muchas veces perder el control y dejarme llevar por el desahogo inútil y ciertamente ridículo.

En la actualidad, con muchos más años encima y muchas menos rondas de golf al año, he aprendido que todo alrededor del golf, es elección de quien lo juega.

Que existe la mala suerte ocasional, claro que existe, pero al final del camino, la bola llegó a ese punto desafortunado impulsada por mi golpe. Lo mismo sucede en contrario, cuando la rama milagrosa de aquel árbol regresó mi bola al fairway, o cuando emboqué ese putt, solo para darme cuenta de que no había visto bien la caída y que una mala ejecución resultó la correcta.

Está claro que los grandes jugadores tienen en sus alforjas una enorme capacidad de golpes de recuperación. El propio Sergio saltó a la fama en el PGA Championship de 1999, cuando dejó su bola recargada en la raíz de un árbol en el hoyo 16 y, para evitar que Tiger Woods se le separara, eligió golpear la bola desde allí, resultando en uno de los más espectaculares golpes que se recuerdan en la final de un major (ver video).

El golpe mágico de Sergio García en el PGA Championship de 1999.
Las rondas perfectas de golf, entendiendo estas como pegar todos los fairways y greens en regulación, sin tocar el rough o búnkeres, y resolviendo cada hoyo con uno o dos putts, son prácticamente imposibles, y no recuerdo alguna realizada en las poco más de dos décadas que llevo como periodista. Para alcanzar la excelencia, se requiere de creatividad, capacidad y, sobre todo, paciencia. Entender que el error es parte inevitable del juego, es darle al mismo una visión mucho más interesante, pues se trata de medir nuestra capacidad para improvisar ante lo inesperado.

Allí está el ejemplo del inmortal Walter Hagen —quizá el mejor jugador de match play de todos los tiempos—, quien decía: «Yo espero cometer al menos siete errores en una ronda, así, cuando ejecuto un mal golpe, es solo uno de los siete». Jamás se le vio contrariarse tras tener un error de esa índole. Seguramente, como consecuencia de esa actitud, Hagen llegó a ganar 22 partidos consecutivos de 36 hoyos en la PGA.

Dos de los más famosos golpes de los últimos años fueron consecuencia de errores importantes. El primero de ellos, en 2005, fue de Tiger Woods en el hoyo 16 de Augusta National. Con un golpe de ventaja y saliendo al hoyo 16, Tiger jaló su golpe de salida hacia la izquierda del green, dejándose un tiro extremadamente complicado, incluso para salvar el par. Tras analizar a detalle sus posibilidades, Woods ejecutó un chip hacia un punto alejado a 20 pies de la bandera. Tras encontrar su objetivo, la bola inició su descenso hacia el hoyo y, el resto, ya todos lo conocemos. De cualquier manera, aquí el video para recordarlo:
Tiger y su famosa recuperación en el par 3 del hoyo 16 de Augusta National, para terminar ganando el Masters.
El otro ejemplo, también en Augusta, corrió por parte de Bubba Watson en 2012, cuando su salida en el desempate contra Louis Oosthuizen —un drive de 343 yardas que terminó metido entre los árboles y sin vista al green—, lo obligó a arriesgarlo todo intentando un hook de aproximadamente 40 yardas desde la hierba seca, que terminó en el green, dando paso a su consecuente triunfo. Aquí, un profundo análisis sobre dicho golpe.
El golpe mágico de Bubba Watson para ganar el Masters de 2012.
La conclusión no puede ser más sencilla: de haber estado alterados, enojados o frustrados por su golpe anterior, habría sido prácticamente imposible para ambos haber podido ejecutar esos portentos de recuperación.

Así las cosas, los malos golpes en el golf no deben ser tomados como la consecuencia de una ejecución errónea, sino como la oportunidad de enfrentar una situación difícil, en aras de salvar un hoyo o la ronda. Con las probabilidades en contra, si fracasamos en el rescate, al menos nos quedará el consuelo de que analizamos nuestras opciones sin perder la concentración; en cambio, si logramos nuestro objetivo, esa ronda tendrá un buen motivo para ser recordada en el futuro.

Diez segundos de descontrol tienen a Sergio García en el borde del precipicio, y deberá llevar a cabo una enorme tarea de restañamiento para cubrir los daños a su prestigio. Me pregunto, ¿cuánto estaría dispuesto a sacrificar hoy para borrar esos ignominiosos instantes de su historia?