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Editorial

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Paul Casey.

Entre la ética y un costal de dólares

Fernando de Buen

El inglés Paul Casey, uno de los más representativos jugadores del Tour Europeo, decidió no participar en la edición inaugural del Saudi International, por razones que de sobra vale la pena mencionar.

Casey, embajador de la Unicef, rechazó la invitación del Royal Greens Golf & Coutry Club, debido a sus preocupaciones con respecto a los derechos humanos en aquel país.

Tal decisión, que desafortunadamente no ha hecho eco en otros jugadores o en el propio circuito del viejo continente, obedece principalmente a la falta de claridad con la que se ha pretendido juzgar el cruel asesinato del periodista Jamal Kashoggi —quien siempre fue reconocido por ser un crítico del régimen saudí—, además de otras flagrantes acciones gubernamentales contrarias a los más básicos principios humanitarios.

«Mientras continúo confrontando preguntas acerca de mi participación, siento que es importante aclarar que no jugaré la próxima semana en el evento Saudi International. Además, contrario a reportes, nunca he firmado un contrato para jugar (allí). Espero que esto aclare cualquier confusión. Gracias.»

Paul Casey

Desafortunadamente, lejos de actuar en forma similar a la del británico, otros grandes jugadores han aceptado participar en el torneo, como lo son los ganadores de majors Bruce Koepka, Patrick Reed, Sergio García, Dustin Johnson y el actual número 1 del mundo, Justin Rose, entre muchos otros notables.

La excepción a la regla, aunque no se ha confirmado la razón de su negativa, fue Tiger Woods quien, desde noviembre pasado, rechazó un cheque de 3.25 millones de dólares para jugar este torneo. Sin el ánimo de cerrarse las puertas permanentemente a esta jugosa oferta, es probable que el californiano haya decidido no participar por los asuntos ya mencionados, aunque sin hacerlo evidente. Cabe aclarar que en el Tour Europeo no existe la regla que impide a los jugadores recibir dinero por competir en un determinado torneo y, en los países árabes, reciben cantidades extraordinarias por hacerlo.

Sin duda, hay grandes divergencias sobre las opiniones que han surgido alrededor de este asunto. Por una parte, hay quienes afirman que, por tratarse de un evento deportivo, todos los aspectos políticos deben quedar a un lado y no determinar la participación o no de los jugadores; por la otra, siendo el golf un deporte cuyo espíritu es totalmente afín a los más altos valores humanos, los protagonistas deberían de pensarlo dos veces antes de competir en un país que se ha distinguido por ser un permanente violador de los derechos humanos.

A raíz de las noticias en uno y otro sentido, una dura polémica se desató el día de ayer en un panel organizado por Golf Channel y televisado el día de ayer, donde se reunieron los expertos Gary Williams —moderador—, Matt Adams, Brandel Chamblee, Brian Bateman y Jaime Díaz. 

Tras explicar Williams que los jugadores, en su calidad de empresarios independientes, tienen la libertad plena de jugar donde mejor les parezca, siempre y cuando cumplan con la cuota de torneos que les exige el tour al que pertenecen. Sin embargo, en el caso del citado torneo, la decisión de cada jugador de participar o no, podría volverse un tamiz de los valores éticos de estos profesionales.

En su oportunidad, Matt Adams mencionó que el golf se juega actualmente en muchos países, algunos de los cuales manejan políticas que no necesariamente son acordes con el pleno respeto a los derechos humanos; dijo que su criterio coincide con el principio olímpico, y que el deporte debe ser un vehículo de progreso cultural para ampliar las libertades y la exposición de mercados. Concluyó diciendo que es mejor participar que no hacerlo.

Tocó el turno al polémico Chamblee, quien afirmó que cerrar los ojos ante el salvaje asesinato del periodista Jamal Kashoggi, «es un eufemismo a una egregia atrocidad humana». Continuando con su respuesta, señaló: «Y no solo se trató de Jamal Kashoggi, sino que sucede todo el tiempo. Tan solo el año pasado, pusieron en una bolsa a dos mujeres transgénero y las golpearon hasta matarlas, con la autorización de este régimen».

En su oportunidad, Jaime Díaz dijo que el deporte y la política se intersecan continuamente, y si bien Paul Casey luce como un lobo solitario, los demás jugadores parecen sumergir sus cabezas, priorizando su modo de vida y su papel como contratistas independientes, sobre su responsabilidad con respecto a temas políticos y éticos.
Cuando le tocó participar, Brian Bateman —exjugador al igual que Chamblee— defendió a sus compañeros de profesión y declaró que él sí jugaría el torneo.

El debate, que duró poco menos de 17 minutos, resultó verdaderamente interesante. Si quieres verlo, puedes hacerlo pulsando este enlace.

Conclusión
La ética y el deporte deberían caminar de la mano, pero, desgraciadamente, son demasiados los intereses económicos e innumerables los casos en donde los protagonistas recurren a trampas de todas las formas posibles, con el único fin de obtener el resultado que más llene sus alforjas. En el caso que nos ocupa en este texto, no estamos hablando de trampas, pero sí de hacerse de la vista gorda, a cambio de una carretada de billetes verdes o euros.

Es difícil tratar de imponer preceptos morales a miembros de una sociedad cuyo verdadero Dios es un billete de 100 dólares. De lo contrario, no morirían cada año decenas de miles de seres humanos por armas fabricadas en los Estados Unidos.

En lo referente al periodismo —donde también hay serias desviaciones y miradas que no se comprometen— no hay principio más valioso que la ética. La venta de conciencias por especialistas de la pluma a diversas instituciones de gobierno ha sido uno de los más jugosos negocios para estos líderes de opinión. Sin embargo, no hay confesión, penitencia o perdón que valga para quien haya estirado la mano y recibido una dádiva a cambio de favorecer una posición política o económica por encargo; quien lo haya hecho una sola vez, jamás podrá volver a llamarse periodista.

Bien por Paul Casey y por Brandell Chamblee. Si todos los profesionales compartieran su ética, el golf sería un mejor deporte y, sobre todo, un mejor ejemplo.