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Editorial

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Álvaro Ortiz.

Álvaro Ortiz, ejemplo a seguir

El Masters, homenaje a su perseverancia

Fernando de Buen

El triunfo, el día de ayer, de Álvaro Ortiz en el Latin America Amateur Championship, celebrado en Casa de Campo, en República Dominicana, marcó el más emocionante momento golfístico de mi vida, relacionado con el golf amateur de competencia. 
Su triunfo no fue solamente el de un jugador que se repuso una desventaja de dos golpes con siete hoyos por jugar, como tampoco el del que gana por un error de su adversario y, mucho menos, el del superdotado acostumbrado a vencer en muchos de los torneos internacionales en los que participa. El triunfo de Álvaro fue el resultado de su perseverancia, de lograr sobreponerse con determinación y preparación a frustrantes experiencias anteriores, de superar la carga emocional que supone el tener un hermano exitoso en la misma disciplina, y del inagotable deseo de trazar su propio sendero hacia el camino del éxito.

Debo aclarar que, a partir del próximo párrafo, hago mía la licencia del escribidor, dando por buenas algunas suposiciones aquí mencionadas, siempre anteponiendo el absoluto respeto que me merecen Álvaro y su familia.

Desde que su hermano Carlos —hoy jugador del PGA Tour en su tercera temporada— comenzó a ganar a los pocos días de hacerse profesional, Álvaro ya destacaba en el ámbito amateur y prometía convertirse en uno de los pilares de las selecciones mexicanas en competencias internacionales. Al paso de los años, demostró con creces que contaba con una sobrada capacidad para pertenecer a la elite del golf mexicano.

Sin embargo, a pesar del importante currículo acumulado a través de sus años de juventud, el hermano menor sabía que necesitaba de un logro superlativo, incluso uno que ni el propio hermano mayor hubiese conseguido durante su muy prolífica carrera. 

La oportunidad llegó hacia finales de 2014, cuando las tres más importantes asociaciones golfísticas del orbe —el Masters Tournament, la R&A y la United States Golf Association (USGA) anunciaron la creación del Latin America Amateur Championship (LAAC)— torneo cuyo propósito es el de «promover el crecimiento e inspirar aún mayor interés en el juego de golf en Sudamérica, Centroamérica, México y el Caribe». Para atraer mucho más la atención del mundo amateur de la región, le ofrecerían al campeón invitaciones al Masters Tournament, al U.S. Amateur y el Amateur Championship (British Amateur), más el acceso a la última etapa de clasificación para el U. S. Open y el Open Championship. El evento dio inicio en 2015 y se volvió en forma inmediata, en el objetivo a cumplir por el joven tapatío.

En aquella primera edición —celebrada en el campo Pilar Golf, en Buenos Aires— Álvaro consiguió empatar en tercer lugar, a dos golpes del campeón, el chileno Matías Domínguez. Al año siguiente, 2016, por primera vez en Casa de Campo, Ortiz fue descalificado por firmar incorrectamente su tarjeta, quizá como consecuencia de una distracción derivada, quizá, de la frustración por una vuelta de 79 golpes, 11 golpes más que su 68 inicial.

La edición 2017, en el Club de Golf de Panamá, nos demostró que Álvaro estaba destinado a cosas muy grandes y, en esa ocasión, empató el primer lugar en hoyos reglamentarios, con los chilenos Joaquín Niemann y Tomás Toto Gana, quien ganó el torneo en el desempate.

Con un subcampeonato y un tercer lugar en las alforjas, Ortiz acudió en 2018, al Prince of Wales Golf Club, en Santiago, buscando afanosamente el triunfo, pero se encontró con un Joaquín Niemann que llegó como el mejor amateur del planeta, sitio que hizo valer en los fairways ganando el torneo por cinco golpes, con una cuarta ronda de 63. Álvaro, había salido a la final como líder por uno, pero, a pesar de una valiosa tarjeta de 69, debió conformarse de nuevo con el segundo lugar.

Este 2019, Ortiz llegó al espectacular campo Teeth of the Dog, de Pete Dye, como el más consistente jugador de la historia del torneo, y ciertamente como uno de los grandes favoritos para ganarlo. Sin embargo, el sobrepeso emocional también podría jugar un papel definitivo en la conclusión del campeonato, y había algo más: ya había anunciado su salto al profesionalismo y no habría más oportunidades de jugar este torneo; en pocas palabras, era ahora o nunca.

Álvaro llegó como líder al recorrido final y, a pesar de haberle recortado un golpe al par en los primeros nueve, fue superado por el costarricense Luis Gagne, quien solventó el mismo tramo con cuatro birdies, sin errores, añadiendo uno más en el hoyo 11, para tomar una ventaja de dos golpes sobre Álvaro, quien defendió su par en el hoyo 9 con un magnífico putt, para evitar que el centroamericano se le alejara más.

Al llegar al par 5 del hoyo 12 —mientras seguramente pasaba por su cabeza lo sucedido en años anteriores—, el joven de 23 años nos convenció de que más allá de su magnífico nivel de juego, también había fortalecido su carácter y que iría por el triunfo, sin importar lo que hicieran los demás. Tras un excelente drive, colocó su segundo golpe a 4 m de la bandera y embocó el águila, empatando el liderato. Reanimado, dejó dada su bola en el 13 para un nuevo birdie, impidiendo que Gagne se le alejara haciendo lo propio en el 14.

Con el empate y sintiendo la presión encima, el tico tuvo problemas para salvar el par en el 16 y sucumbió con bogey en el 17, quedando un golpe abajo del mexicano, quien respondió minutos después, dejando nuevamente su bola dada en ese mismo hoyo, para llegar al 18 con ventaja de dos. Ambos cerraron con birdie, escribiendo la historia en favor de Álvaro Ortiz Becerra, el primer mexicano desde Víctor Regalado (1979) que participará en el Masters, y el primer amateur connacional en hacerlo desde el recordado Juan Antonio Estrada, en 1964.

Finalmente, Álvaro consiguió su objetivo: lograr algo que no hubiese cristalizado su hermano anteriormente. Para que Carlos esté en el mismo torneo, tendría que ganar un evento del PGA Tour antes de que termine marzo. 

Enhorabuena por Álvaro y por toda esa gran familia de apasionados golfistas; un reconocimiento especial a sus papás Graciela y Carlos, quienes merecidamente deben estar orgullosísimos de su estirpe.

No podemos dejar de lado una sincera felicitación al trabajo que, por más de una década, ha estado haciendo la Federación Mexicana de Golf, en la forja de esta generación de extraordinarios golfistas.