| Durante muchos años en éste, y prácticamente en cualquier  medio golfístico que se digne de serlo, se han tratado diversos temas sobre las  formas en las que la tecnología está afectando a nuestro deporte. Sin embargo,  el ruido había tenido un eco relativo hasta que una de las voces más  influyentes de la historia —Tiger Woods— mostró su preocupación al respecto.
 «Necesitamos hacer algo con respecto a la bola de golf  —mencionó Tiger en un podcast—. Solo pienso que está viajando demasiado lejos…  Si quieren tener un campo (para) campeonato, debe ser de entre 7400 a 7800  yardas de largo. Y si el juego sigue progresando de esa forma en su tecnología,  creo que el campo de 8 mil yardas no está tan lejano.», concluyó.
 
 ¿Qué tan alejada está la predicción de Tiger? Nada lejos, si  consideramos que la primera ronda del U.S.  Open de este mismo año en Erin Hills, Wisconsin, se jugó bajo la nada  despreciable distancia de 7845 yardas. ¿Cuál fue el resultado? Brooks Koepka  destrozó al campo, acumulando 16 bajo par para el torneo.
 
 Si hacemos un ejercicio retrospectivo, comparando la  longitud de los campos para este campeonato cada 10 años, nos daremos cuenta de  la forma en la que han aumentado las necesidades de distancias para satisfacer  el grado de dificultad que exige este torneo.
 
 Hace 10 años, en Oakmont, Pennsylvania, el campo se jugó  como para 70 con 7230 yardas; en 1997 la sede fue el Congressional Country  Club, en Maryland, con 7213; un decenio atrás, el anfitrión fue el Olympic  Club, en San Francisco, con 6709 yardas; en el 77, fue Southern Hills, en  Oklahoma, con 6873 yardas. Solo como dato curioso, en 1971, el campo del Merion  Golf Club, en Pennsylvania, midió 6544 yardas, como par 70.
 
 Ahora bien, cada campo tiene sus propias características y  algunos se defienden, aunque no sean suficientemente largos —como lo demostró  el Club de Golf Chapultepec en el pasado WGC México Championship—, así que  cambiaré de estadística por una que no tiene pierde: el promedio de distancia  con el driver en el PGA Tour.
 
 Si viajamos a 1980, la estadística más remota del circuito  en cuanto medición de distancias con el golpe de salida, veremos que el mejor  ejecutante del año fue Dan Pohl, quien promedió 274.3 yardas; 10 años después, en  1990, el máximo pegador de driver fue Tom Purtzer, quien tuvo una media de  279.6 yardas; a partir de 1997 —tan solo 17 años después — John Daly se  convertía en el primer jugador en superar el promedio de 300 yardas por drive  en una temporada. En 2003, Hank Kuehne establecía un récord que se mantiene vigente,  alcanzando una media de 321.4 yardas por golpe de salida y, desde 2007, los  líderes han superado las 310 yardas de promedio, con excepción del año 2013. De  las últimas 11 temporadas, en ocho ocasiones el líder del departamento ha  superado la marca de 315 yardas con el driver.
 
 Si comparamos los números de Dan Pohl —274.3 yardas— con las  mencionadas 315 de los últimos años, tendríamos una impresionante diferencia de  más de 40 yardas en 37 años. Si compartimos el temor de Tiger y las  estadísticas mantienen ese nivel de crecimiento, definitivamente no habrá campo  apto para celebrar un campeonato, a menos que se convierta en un verdadero  laberinto de precisión quirúrgica.
 
 
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 Ahora bien, también podríamos utilizar como ejemplo el  comparativo de las distancias alcanzadas por el propio John Daly —el bombardero  de los 90 y principios de la primera década de este siglo— a través de sus  mejores años.
 
 El polémico jugador empezó dominar la escena entre los  golpeadores largos en la temporada de 1991, donde registró 288.9 yardas,  liderando la categoría por primera ocasión. Entre dicho año y 2004, la encabezó 12 temporadas, registrando su mejor promedio en 2003, con 314.3 yardas. La  diferencia entre los extremos es de 25.4 yardas. Aunque no tengo a la mano las  pruebas que confirmen mi teoría, casi puedo dar por hecho que buena parte del  incremento en su distancia se debió a las mejoras tecnológicas en la bola de  golf y no al incremento en la velocidad de su downswing.
 
 
  
 Otra opinión que llama la atención es la del director  ejecutivo de la USGA, Mike Davis, quien declaró: «No puedes decir que no te  importa la distancia, porque ¿adivina qué? Estos campos se están expandiendo y  se puede predecir que continuará su expansión. El impacto que ha tenido ha sido  horrible».
 
 Aunque no se prevén cambios en las Reglas de Golf con  respecto a las condiciones de fabricación de bolas de golf en el corto plazo, ya  se estudian las diversas formas que podrían contrarrestar esta ventaja desproporcionada  de la tecnología sobre los campos de juego.
 
 Una de las propuestas es la fabricación de diferentes tipos  de bolas y reglamentar su uso para ciertos campos de competencia. 
Otra es  simple y llanamente modificar el sistema de construcción para que no puedan  alcanzar más allá de una cierta distancia. Lo que no se puede esperar, es que  los campos sigan expandiéndose, porque los límites de sus terrenos están  acotados y porque en la medida que se incrementa su extensión, lo hacen también  sus costos de mantenimiento. En la actualidad, dudo que el número de campos de  golf capaces de ofrecer la distancia que requieren los grandes pegadores  profesionales sea mayor al 1% de los existentes en el planeta.
 
 El mandamás de la USGA insiste: «No me importa qué tan largo  golpee Tiger Woods. La realidad es que esto está afectando a todos los golfistas  y haciéndolo de mala manera. Todo lo que está logrando es incrementar el costo  del juego».
 
 Si la asociación estadounidense ya mostró su preocupación  por este tópico, no tengo duda de que en algún momento del año próximo nos  enteraremos de un nuevo reglamento con respecto a la fabricación de bolas de  golf.
 
 Esta carrera la ganó la tecnología, que ya derrotó a los  campos. Ya es tiempo de que la lógica venza a la tecnología.
 
 fdebuen@par7.mx    
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