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Entre el polvo y la luz del día siguiente

Fernando de Buen

Puedo decir que la mayor parte de mi vida la he vivido a 16 pisos de altura, debido a que es allí donde he tenido mi oficina desde 1984, tanto para el despacho de diseño gráfico como para las labores propias de las publicaciones Par 7, pasión por el golf. Por las condiciones de mi profesión, las ocho horas diarias que supuestamente debería dedicar a la obtención de ingresos, siempre han resultado insuficientes, y suelo pasar más tiempo en mi centro laboral que en mi propio hogar. Debido a ello, he experimentado decenas de movimientos telúricos, desde los que se asemejan al paso de un tráiler en las cercanías, hasta verdaderos terremotos como el que vivimos el martes pasado. No tengo ninguna duda en afirmar que este último ha sido por mucho, el más fuerte sentido en mi vida.

Con el paso de las horas —que hablar de días bajo estas circunstancias parece eterno—, me he dado cuenta de que las consecuencias de esta segunda edición del 19/9, están moviendo al país mucho más que las placas tectónicas que provocaron que se agitara nuestra tierra.

Del polvo que se desprendió de muros, losas, columnas y demás materiales de construcción durante este minuto de pánico e incertidumbre, ya estamos viviendo la pesadumbre por el fallecimiento de más de 300 almas y la destrucción de innumerables edificaciones, pero a la vez, hemos visto el surgimiento de una generación —los milennials— que despertó de un prolongado letargo, para darse cuenta de que ellos también son México y que más pronto que tarde tendrán en sus manos las riendas del país.

Es emocionante —valga la acepción sentimental de la palabra— poder ver a estos jóvenes preparatorianos o universitarios convivir hombro con hombro, piedra con piedra y sudor con sudor, entre los que pagan más de $20 mil mensuales por una colegiatura, y aquellos que pertenecen a una preparatoria o universidad pública. Poco importa si el chaleco de seguridad lleva reflejantes o no, tampoco si se usa tapabocas o un simple paliacate, o si llegaron a la zona de desastre en BMW o en bicicleta; los escombros que pasaban de mano en mano eran del mismo tamaño, con el mismo peso y la misma ilusión de que ese enorme esfuerzo conjunto podría salvar una o varias vidas, sin importar a quiénes pertenecieran.

Vimos al ferretero que abrió sus puertas de par en par y donó el total de su inventario a la causa, vimos a muchachos vaciando prácticamente los estantes de primeros auxilios en grandes farmacias —las que, por cierto, no ofrecieron descuento alguno—, y vimos también a quien puso a la orden de los centros de acopio su camioneta, automóvil, motocicleta, bicicleta o los propios pies, para caminar hasta donde fuera necesario llevando un poco de vida a quienes la estaban perdiendo, o a quienes estaban dejando la suya por rescatar la de otros; vimos a las redes sociales funcionar con un fin común, dejando atrás a la selfie en el antro o la de las últimas vacaciones en la playa; las aprovechamos, en cambio,  para enterarnos dónde hacía falta ayuda y donde podíamos conseguirla.

Definitivamente, esta generación despertó y no debe caer de nuevo en el sueño profundo del aislamiento entre millones de píxeles, ni en el desinterés por las causas que nos mueven como comunidad y, en cambio, es imperativo que mantenga vivo el descubrimiento del esfuerzo como única forma para alcanzar los objetivos.

También fuimos capaces de expresar nuestro hartazgo por una clase política incapaz de ensuciarse las manos —muchos conocemos las muy contadas excepciones— para integrarse a la comunidad que desprecia. En cuestión de horas, pudimos revertir con más de 3 millones de voces el destino del gasto a los partidos para sus campañas políticas, redirigiendo miles de millones de pesos a la reconstrucción de este lastimado país. En un acto desesperado, nuestros infames políticos hablan de donar los fondos a ellos asignados, cuando la palabra correcta sería renunciar o devolver. Fieles a su rol de sanguijuelas del sistema, buscan a toda costa rescatar lo que se pueda del rechazo total de una generación que ya está harta de su corrupción y desamor por el país. Tampoco debemos conformarnos con lo logrado y es indispensable continuar juntos hasta acotar al máximo las prerrogativas de quienes más daño le han hecho a nuestro México desde mediados del siglo pasado.

Hemos sido testigos de lo mejor de México, pero, desafortunadamente también de lo peor de su gente.

La solidaridad de nuestra gente es ya un ejemplo para el resto del mundo y sobran las muestras de admiración por el esfuerzo desinteresado de decenas de miles en la persecución de un fin común. Es también un bálsamo recibir la ayuda internacional de quienes se unen a los nuestros sin condiciones, arriesgando sus propias vidas para salvar las de mexicanos.

Son varias las instituciones que ofrecen entregar una cantidad similar a la que les depositen, duplicarla o hasta multiplicarla por cinco. Gracias a esfuerzos como estos, saldremos adelante en tiempo récord, si logramos evitar que los fondos caigan en manos de la corrupción.

En contraste, la pésima actitud de los establecimientos comerciales que lucraron con las compras de emergencia, llegando incluso a aumentar los precios de los productos más solicitados por quienes gastaron para apoyar a otros.

También fuimos capaces de expresar nuestro hartazgo por una clase política incapaz de ensuciarse las manos —muchos conocemos las muy contadas excepciones— para integrarse a la comunidad que desprecia. En cuestión de horas, pudimos revertir con más de 3 millones de voces el destino del gasto a los partidos para sus campañas políticas, redirigiendo miles de millones de pesos a la reconstrucción de este lastimado país. En un acto desesperado, nuestros infames políticos hablan de donar los fondos a ellos asignados, cuando la palabra correcta sería renunciar o devolver. Fieles a su rol de sanguijuelas del sistema, buscan a toda costa rescatar lo que se pueda del rechazo total de una generación que ya está harta de su corrupción y desamor por el país. Tampoco debemos conformarnos con lo logrado y es indispensable continuar juntos hasta acotar al máximo las prerrogativas de quienes más daño le han hecho a nuestro México desde mediados del siglo pasado.

Despreciable fue enterarnos de que ni la desgracia ni los tres días de luto nacional decretados por el presidente de la República, fueron suficientes para posponer la celebración de una etapa en Querétaro de la Greg Norman Academy Professional Golf Tour, con el auspicio de la CONADE. Con decisiones como ésta, parece que quisieran regresar al golf al tan dañino concepto de elitismo y desprecio por el país. Un desatino histórico del comité organizador que amerita un llamado a rendir cuentas.

De lo peor, también, la invención por parte de Televisa, con el apoyo de la Secretaría de Marina, de la historia de Frida Sofía, la inexistente niña que fue colocada bajo una mesa de granito y, con su improbable rescate, incrementar exponencialmente el rating de la televisora, durante más de 30 horas. Es inadmisible generar un negocio abusando de la sensibilidad del pueblo, pero también lo es que el presidente Peña Nieto acepte inculpar a la institución más respetable de su sexenio —la Marina— para cuidarle el pellejo a la televisora que lo colocó en Los Pinos.

México despertó el pasado martes 19 de septiembre de 2017 a las 13 horas con 14 minutos. Esperemos que éste sea el principio de un constante insomnio que nos mantenga alertas ante los peligros de un planeta ofendido y de una clase política que seguirá buscando la forma de lastimarnos.

Mis más sentidas condolencias por la irreparable pérdida de vidas, de bienes y de ilusiones. Que de los escombros rescatemos y mantengamos siempre vivo el orgullo de ser parte de este incomparable país.

fdebuen@par7.mx


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