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El Evian, un mugrero del LPGA Tour

Fernando de Buen

Hace apenas cuatro años, en septiembre de 2013, publiqué un artículo en el número 108 de Par 7 online, bajo el título de Un major de pacotilla. Me refería, por supuesto, a haberle otorgado al Evian Championship el máximo título al que puede aspirar un torneo —considerarlo como parte del grand slam—, no por su prestigio o prosapia, sino por tratarse del torneo que otorga la segunda mayor bolsa de cada temporada —3.65 millones de dólares—, solo por debajo del U.S. Women’s Open.

En términos más claros, Whan le vendió al torneo francés la categoría de major, sin importarle la historia y tradiciones del Tour o el libro de récords, o por el simple hecho de que muchos otros torneos conservan un prestigio legítimo muy por encima del que ostenta el campeonato francés.

No estoy diciendo con ello que el torneo que se celebra en el Evian Masters Golf Club —un bello campo cercano al lago Ginebra— sea un evento de poca calidad, pues ésta le sobra, además de haberse convertido en el torneo del glamur y de la moda. Pero de allí a considerarlo un grande hay un enorme trecho.

El jueves pasado, el campo recibió a las mejores golfistas del planeta con una lluvia torrencial, aunada a un viento de pronósticos reservados, que provocó que la mayoría de las jugadoras anotara en sus tarjetas números grandes y algunos muy grandes. En lugar de suspender el torneo y continuarlo más tarde o al día siguiente y prepararlo para una probable conclusión el lunes —al fin y al cabo, se trata de un gran slam—, al comisionado se le ocurrió la magnífica idea de cancelar la ronda, borrar las puntuaciones y reiniciar la justa el día siguiente, a solo 54 hoyos.

En su decisión, le importó muy poco que algunas jugadoras se mantuvieran por debajo del par de campo a pesar del nefasto clima y que otras, que habían empezado fatal, les regalara una nueva oportunidad, como quien otorga un mulligan a quien pega mal su golpe inicial, aunque las Reglas lo prohíban.

Por supuesto, la razón no fue otra que cuidar los intereses del patrocinador Grupo Danone, una de las empresas más ricas del planeta y asegurarles que la final se celebraría el domingo con el máximo posible de audiencia y no en un lunes laboral. En su presunta promesa, Whan se pasó por el arco del triunfo a las reglas de competencia, a la tradición y borró de golpe el poco prestigio —si alguno— que en cuatro años había ganado el major de pacotilla.

Así las cosas, surgieron los contrastes. La coreana Sung-Hyun Park, quien acumulaba 6 sobre par en los primeros cinco hoyos del jueves, incluyendo un quíntuple-bogey en el segundo y un triple en el sexto, aprovechó su mulligan el viernes y se puso a la cabeza del torneo con un impresionante 63; paradójicamente, alcanzó 5 bajo par en sus primeros seis hoyos, estableciendo una diferencia de 11 golpes con respecto al día anterior. Después habría de jugar fatal, pero ello carece de importancia. Me pregunto qué habrá pensado la estadounidense Jessica Korda, quien encabezaba el tablero con un más que meritorio 2 bajo par cuando se decretó la cancelación; probablemente le había dicho al mandamás de la organización: «No me ayudes, compadre».

El colmo del descaro por terminar con el torneo a como diera lugar llegó en la muerte súbita el domingo por la tarde, bajo una torrencial lluvia. En preparación al tercer tiro de la sueca Anna Nordqvist —eventual y justa campeona— y la estadounidense Brittany Altomare al par 5 del hoyo 18, los equipos de mantenimiento trataban, infructuosamente, de retirar el agua del green, demostrándonos que el campo se encontraba prácticamente inutilizado para finalizar el torneo. De nuevo, se antepusieron los intereses de los patrocinadores por encima de la propia competencia y, en vez de posponer la conclusión, se les obligó a terminar con el riesgo de que alguna de las bolas se hundiera en alguno de los muchos charcos. Nordqvist ganó con bogey…

No me queda la menor duda de que este torneo pasará a la historia como el más grande fracaso de los últimos años en la administración del LPGA Tour. Desafortunadamente, con la mentalidad estrictamente mercantilista de Michael Whan, podremos estar seguros de que esta no será la última ocasión en la que se ridiculiza una competencia de alto nivel, en aras de besar los pies de los patrocinadores.

Whan ha demostrado un enorme talento para los negocios y ha hecho crecer al Tour femenil como no lo lograron, al menos, sus dos antecesores. De 23 eventos y 40 millones de dólares de premios en 2011, en este año ya son 34 torneos y 65 millones a repartir, una cifra sin precedentes. Pero, para conseguir ese objetivo, la Gira debe competir durante una buena parte de cada año en tierras asiáticas, por tener un crecimiento casi nulo en los propios Estados Unidos.

En todo caso, no tiene nada de malo que el objetivo principal del máximo jefe del LPGA Tour sea conseguir una millonada de dólares en beneficio de sus asociadas; pero hacerlo a costa del prestigio del deporte, faltándole el respeto a las más recias tradiciones del espíritu del juego, solo para halagar a quienes aportan el dinero para los torneos, será a la larga un error del cual se habrá de arrepentir toda la organización. No olvidemos que el PGA Tour mantiene el mismo objetivo de ganar dinero por encima de cualquier otro interés, pero nunca a costa de sacrificar la calidad y el respeto a sus torneos.

El LPGA Tour es un mugrero con el nombre de un mercenario: Michael Whan.

fdebuen@par7.mx


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