| Este es un mundo de contrastes. Por una parte, la felicidad  que a un grupo de venezolanos le representa el nuevo triunfo de Jhonattan Vegas  en el Abierto de Canadá, torneo que forma parte del PGA Tour; por la otra, la  enorme tristeza que emana de aquel entrañable país, por su hundimiento  irremediable ante las hordas chavistas, encabezadas por el mesiánico Nicolás  Maduro.
 «Ha estado en mi mente. Siempre está en mi mente —mencionó  Vegas tras su triunfo—. Tengo familia que vive allí. Es mi país de nacimiento.  Quiero decir, duele. Como dije ayer, duele mucho al ver al país de esta manera;  viendo a un gobierno que amenaza a la gente de esa forma cuando no merece  permanecer en el poder, y todo el sufrimiento que también mi familia y amigos  están teniendo ahora; simplemente no es justo.»
 
 Hugo Chávez supo llegar al poder prometiendo terminar con  una corrupción galopante que, efectivamente, había existido por años en el  gobierno de aquel país. Ganó las elecciones y, para su fortuna, el petróleo  alcanzó precios inimaginables al alza, lo que le permitió al populista  presidente granjearse al pueblo que votó por él.
 
 Si bien las decisiones políticas y macroeconómicas de aquel jefe  de Estado fueron erróneas, también era cierto que, con las arcas hasta el tope,  podría darse el lujo de pagar un altísimo precio a cambio de sostener su  popularidad. Logró adaptar la Constitución venezolana a su antojo, garantizando  con ello su permanencia en el poder, reeligiéndose indefinidamente. Al  sorprenderlo la muerte, se abrió un espacio de esperanza para el regreso de la  democracia, pero el país ya estaba partido en dos, radicalizado y comenzaba a  vivir una profunda crisis como consecuencia de la profunda caída en los precios  de los hidrocarburos.
 
 En la actualidad, la depresión política, económica y moral  de Venezuela mantiene al país como un auténtico muerto en vida. El poco dinero  que genera el petróleo ya no llega a las manos del pueblo y se utiliza para  pagar los favores de militares y paramilitares, así como para seguir comprando  apoyos en países como Bolivia, Ecuador, Nicaragua y algunas naciones del  Caribe, a quienes prácticamente les regala petróleo.
 
 Tras muchos esfuerzos infructuosos, en diciembre de 2015 la  oposición logró tomar el poder de la Asamblea Nacional, la medida perfecta para  acotar el poder de Maduro, a pesar de que este ha utilizado al Tribunal Supremo  de Justicia (TSJ) para, a su vez, tratar de controlar a la Asamblea. La  actuación del TSJ ha sido considerada en el ámbito internacional como un  auténtico golpe de Estado.
 
 Ante el crecimiento de la oposición a su gobierno, Maduro  propuso organizar elecciones con el fin de conformar un Parlamento cuyo  principal objetivo será la redacción de una nueva Constitución. La verdadera  intención detrás del hecho consumado el día de ayer, es la disolución de la  Asamblea Nacional y crear reglas del juego que permitan al presidente  consolidarse como el nuevo dictador en el continente americano.
 
 Ante tal abuso de poder apoyado por el ejército y las  milicias, el pueblo está atado de manos y viviendo la mitad de sus habitantes  en pobreza extrema.
 
 Como consecuencia de todo lo anterior, Venezuela comienza a  vivir un aislamiento sin precedentes. Encabezados por Colombia y México, el  rechazo al proceso de instalación de la Constituyente se ha extendido a Estados  Unidos, España, Perú, Argentina, Costa Rica, Panamá y Paraguay, al tiempo que  la comunidad europea y otros estudian unirse a este esfuerzo. Estos países  analizan la imposición de sanciones que, si bien podrían provocar la caída del  régimen y el regreso de la democracia, también ahondarán la casi insostenible  crisis del pueblo venezolano.
 
 ¿Cuánta gente pudo haber disfrutado el magnífico triunfo de  Jhonattan Vegas? Dadas las circunstancias, no tengo idea, pero estoy seguro de  que fue un porcentaje ínfimo del que habría celebrado una hazaña así antes de  1999, cuando Hugo Chávez se convirtió en el 48º presidente de Venezuela.
 
 Sin menospreciar las dolencias que me provoca México día con  día, con su increíble violencia, inseguridad, inmensa corrupción y su  putrefacta clase política, al menos quienes aquí vivimos gozamos de libertad y,  aunque escasas, hay puertas para el progreso. Venezuela, en cambio, sufre una  enfermedad terminal y tendrá que confiar en la resurrección para resurgir de  las cenizas.
 
 Un abrazo fuerte y solidario a la Venezuela que llora.
 fdebuen@par7.mx
 
        
        |  | «Ha estado en mi mente. Siempre está en mi mente —mencionó Vegas tras su triunfo—. Tengo familia que vive allí. Es mi país de nacimiento. Quiero decir, duele. Como dije ayer, duele mucho al ver al país de esta manera; viendo a un gobierno que amenaza a la gente de esa forma cuando no merece permanecer en el poder, y todo el sufrimiento que también mi familia y amigos están teniendo ahora; simplemente no es justo.» 
 Jhonattan Vegas
 
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