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Editorial. Una nueva reglamentación de vestimenta para las jugadoras causa polémica

LPGA Tour: entre el burka y el socavón

Fernando de Buen


Babe Zaharias.


En una de las decisiones más polémicas de los últimos años, el LPGA Tour obligó a sus jugadoras a obedecer un estricto código de vestimenta, tanto en torneos como en eventos oficiales del Tour fuera del campo de golf.

Desafortunadamente, no se trata de una broma sino de una decisión que afectará aún más al circuito femenil de golf de los Estados Unidos.
El pasado 2 de julio la Asociación envió un correo a todas sus jugadoras, donde la presidenta Vicki Goetze-Ackerman les exige que, a partir del 17 de julio deberán seguir estrictas reglas en su forma de vestir, o someterse a cuantiosas multas.

Entre otros puntos, este ultraconservador reglamento abarca las siguientes exigencias:

  • No se pueden utilizar los famosos racerbacks (camisetas que dejan al descubierto los omóplatos femeninos) sin cuello;
  • se prohíben los escotes pronunciados;
  • se prohíben los leggins (o leggings), a menos que se usen debajo de un short o skort (shorts con falda en el frente);
  • la falda, el skort y los shorts deben ser suficientemente largos para no mostrar el trasero (aunque esté cubierto por undershorts) en cualquier momento, estando de pie o inclinadas;
  • una vestimenta apropiada debe ser usada en las fiestas de pro-am. La jugadora debe vestirse para presentar una imagen profesional. A menos que se prohíba, la ropa de golf es aceptable. Jeans de vestir son aceptables, pero pantalones o jeans con agujeros no se permiten;
  • ropa de ejercicio o jeans de cualquier color no son permitidos dentro de las cuerdas;
  • no se permiten pants (joggers).

Para complementar este concepto seudo-talibán, la directora de Comunicaciones del Tour, Heather Daly-Donofrio, mencionó: «El código de vestimenta exige a las jugadoras que se presenten en una forma profesional para reflejar una imagen positiva del juego».

Lo que quizá no han pensado estos extremistas puritanos, es que lo único que van a lograr con estas absurdas reglas, es que descienda aún más la popularidad del golf femenil.

Si a estas alturas ya me tachan de misógino, les suplico retener sus conclusiones, voltear a ver al tenis femenil y preguntarse si la vestimenta de tan extraordinarias atletas es contraria a —cito a Daly-Donofrio— «…una forma profesional para reflejar una imagen positiva del juego».

Les guste o no les guste a feministas, la belleza y el deporte son hoy dos eslabones de una misma cadena. En las últimas dos décadas, el cuidado de la apariencia física en prácticamente cualquier disciplina profesional, suele ser el segundo punto en importancia, apenas después de la capacidad para desempeñar el deporte. En la actualidad, hay una regla general que nos permite suponer que, por cada dólar ganado en la práctica profesional, se obtiene otro tanto por concepto de patrocinios.

Desde el momento en que muchas de las tenistas profesionales se volvieron iconos de la moda, la popularidad y el rating del otrora deporte blanco femenil se elevó a alturas insospechadas y, hoy en día, las bolsas de torneos son casi semejantes entre ellas y ellos.

2002: los cinco puntos de la celebridad


Hace década y media, el Tour de la LPGA ya mostraba una seria preocupación por la poco atractiva apariencia de sus jugadoras. El Comisionado de entonces, Ty Votaw, lanzó un proyecto denominado «Los cinco puntos de la celebridad», consistente en promover entre sus jugadoras cinco aspectos que se deben cumplir para saltar a la fama. Estos son: desempeño, relevancia, pasión, acercamiento y… apariencia.

Si bien los cuatro primeros puntos fueron considerados como lógicos y no discutidos en absoluto, el quinto despertó una fuerte polémica entre las propias jugadoras, los medios de difusión y los aficionados.

«El sexo es solo una postura en la que todos gravitamos —mencionó Votaw—. No es diferente si Alex Rodríguez o Derek Jeter (beisbolistas) aparecen en la portada de GQ. Esos jugadores lucen bien. Nosotros queremos que nuestras jugadoras luzcan bien. Quienes digan que la apariencia no importa, se están engañando a sí mismos.»

Fue precisamente ese el punto que marcó un parteaguas en la popularidad del circuito femenil. En cuanto las jugadoras comenzaron a preocuparse por su apariencia física y su vestimenta, la atracción hacia el Tour mejoró notablemente. Antes de 2002, la audiencia televisiva de los torneos del LPGA Tour alcanzaba el 4%; después de 2002 ascendió al 21%. Las visitas al sitio web de la Gira se incrementaron en 45% en 2003. El éxito se hizo patente de tal forma, que patrocinadores como Safeway prefirieron patrocinar un segundo torneo del circuito que patrocinar a un segundo deporte.

Tampoco debemos engañarnos pensando que, tanto el tenis como el golf serían igualmente atractivos para el público, si sus principales exponentes fueran omisas a la moda o no lucieran sus atributos físicos. No olvidemos que, al menos en el golf femenil hay más televidentes caballeros que damas.

El efecto asiático


Otro duro golpe al golf profesional femenil ha sido el provocado por las eficientes golfistas asiáticas, que han llegado al Tour para ganar la gran mayoría de los torneos, desafortunadamente, sin dejar profundas huellas en la popularidad del deporte ante el mundo occidental. Sus jugadoras, independientemente de que muchas de ellas no comulgan con los preceptos de la belleza y moda que imperan en esta parte del mundo, son para nosotros de difícil reconocimiento y prácticamente nula popularidad.

Desde que concluyó el dominio de Lorena Ochoa en el golf internacional, los ojos del golf —con algunas excepciones— tienen rasgos orientales. Jugadoras coreanas, tailandesas, neozelandesas de origen coreano, chinas o taiwanesas, tienen hoy la inmensa mayoría de los trofeos que otorga el LPGA Tour.

Como resultado de lo anterior, basta comparar los calendarios de 2007 y 2017 de la organización. El primero tenía 34 torneos, celebrando tres de ellos en tierras asiáticas; en 2017 es el mismo número de campeonatos, pero con ocho en dicho continente. Esto significa que la sensible baja en popularidad del golf femenil en los Estados Unidos por la falta de grandes exponentes locales, se está sustituyendo con torneos en países donde se aprecia y reconoce el triunfo de sus jugadoras, además de pagar muy buen dinero a la organización.

Si a todo esto le sumamos la absurda decisión de las autoridades del Tour de censurar y opacar la belleza de sus jugadoras, solo podemos imaginar que la organización terminará hundiéndose en un socavón más grande que el provocado por la negligencia y corrupción en el Paso Express de Cuernavaca.

fdebuen@par7.mx

  «Nosotros queremos que nuestras jugadoras luzcan bien. Quienes digan que la apariencia no importa, se están engañando a sí mismos.»



Ty Votaw, Comisionado del LPGA Tour (1999-2005).

 


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