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El caddie perfecto

Fernando de Buen



A todos los caddies que leen Par 7, y a los que no, también.

La primera pregunta que surge ante el título de esta editorial es: ¿existe el caddie perfecto? La única respuesta que se me ocurre, es que solo podría existir si a su lado hay también un jugador perfecto. Por lo tanto, no, no existe un caddie perfecto.

Lo que existe —en el mejor de los casos— es un experto que conoce en detalle el nivel de juego de su patrón, que sabe cómo sacarle jugo a sus habilidades y reconoce sus debilidades temporales desde el principio de cada ronda; sabe de la capacidad del jugador con cada una de las herramientas de la bolsa de golf y sabe también la ubicación de cada cosa dentro de la misma.

Cuenta al momento con un tee corto o largo, una bola de repuesto, una toalla (o parte de ella) perfectamente seca y limpia y otra suficientemente humedecida como para limpiar la cabeza o la empuñadura de un palo; sabe cómo utilizar la sombrilla de acuerdo con las Reglas de Golf.

Conoce el campo de juego, interpreta adecuadamente los factores externos que inciden en la ejecución o trayectoria de un golpe, como el clima, viento, humedad, lluvia o sol; debe tener la capacidad de recomendar el tipo de golpe, de acuerdo con las circunstancias y la capacidad del jugador, así como tener el talento para convencerlo del sacrificio, en vez del riesgo, sin hacerlo sentir incapaz.

Sabe que debe llegar a la mesa de salida o a la posición de la bola antes o junto a su patrón, pero, por ningún motivo hacerlo después que él, a menos que se haya encargado de la búsqueda de otra bola —propia o ajena— y tenga la autorización del golfista de tomarse el tiempo justo, ni más ni menos. Sabe circular por el campo sin estorbar el campo de visión de los jugadores y mucho menos moverse cuando uno de ellos está en preparación o ejecutando su golpe.

Entiende y se adapta al estado de ánimo del jugador, respeta su espacio, interpreta a la perfección su lenguaje corporal, sabe cómo sugerir el palo para el siguiente golpe, pero también callar cuando su jefe decide no hacerle caso; distingue entre la justa alabanza y la lambisconería (sabiendo cuándo usar cada una de ellas); sabe cómo motivar al jugador y cómo hacerle ver que está procediendo en forma equivocada sin lastimar su ego; sabe distraerlo cuando la situación de la ronda le provoca estrés y sabe también cómo recuperar su concentración en preparación al siguiente golpe.

Lleva las puntuaciones del grupo en forma pulcra, sin necesidad de preguntar, y tiene la respuesta a cualquier duda con respecto a los golpes y ventajas, tanto en lo individual como por equipos y, en su caso, del estado de las apuestas en cualquier momento que se le requiera; cuenta con conocimiento suficiente de las Reglas del juego, de las condiciones de la competencia y del formato de la misma.

Debe cargar con un costal virtual que atrape los probables insultos del patrón y las culpas que le sean endilgadas durante el recorrido —aunque tenga absoluta certeza de su inocencia—, y tener una infinita paciencia, durante las cinco o más horas que dura la ronda. Debe mostrarse leal y convencer a su jefe de que —sin importar si este llegó al campo desvelado, cansado, crudo, borracho, distraído, dormido o amargado—, es su gran favorito para ganar en el foursome o el torneo en cuestión.

Así las cosas, resulta difícil que exista un caddie perfecto, pero si algo puede hacer que el jugador pase por alto algunas de las características arriba señaladas, es que el caddie sea, ante todo, un amigo en quien confiar.

fdebuen@par7.mx


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