El U. S. Open y la preservación del golf

Fernando de Buen


Tras la reciente celebración del Abierto de los Estados Unidos —un torneo que presentó en el Olympic Club de San Francisco, a un campo que se sublevó ante el grupo de jugadores más competitivo del orbe y los venció a todos—, sobran las reflexiones que nos permiten pensar que al golf, tal y como lo conocemos, no le hacen falta longitudes de 7600 yardas para subsistir.

Es cierto que la tecnología ha permitido un golf más preciso y con golpes de mayor distancia. Año con año los promedios de longitud y precisión aumentan, pero los de golpes por ronda no disminuyen en la misma proporción. La razón es sencilla: los superintendentes de campo buscan defender sus parcelas, con el fin de evitar campos mancillados por escandalosos resultados bajo par.

Bien sabido es que no existe en el calendario mundial de golf un torneo más difícil que este, y ello se debe a que la USGA busca entre los contendientes a aquel que demuestre niveles excepcionales en todas las áreas del juego. Un mal golpe de salida podría significar perder entre medio golpe y uno completo, fallar el green implicará una penalidad similar y, jugar al birdie en un hoyo y no atinar, también podría tener tristes consecuencias. La suma de todo ello se convierte en un desafío enorme para la paciencia de cada jugador y esa es una parte esencial del juego que no siempre coincide con su capacidad para desempeñarse en el propio deporte.

Eso podría explicar que cuatro de los jugadores que forman parte del top-ten mundial —Luke Donald, Rory McIlroy, Bubba Watson y Dustin Johnson— ni siquiera hayan podido pasar el corte, mismo que se estableció en 8 sobre par.

¿Era el campo muy largo? No en realidad. Con excepción del hoyo 1 —par 4 de 520 yardas—, el 3 —par 3 de 247— y el 16 —par 5 de 670 (el domingo fueron solo 570)— el resto eran bastante normalitos; inclusive un par 4 (el hoyo 7), que medía oficialmente 288 yardas, pero que durante el torneo se jugó desde menor distancia, permitiendo a muchos jugadores alcanzar el green con su salida. Se jugó como par 70 con una distancia total oficial de 7170 yardas.

Si el campo no era tan complicado, ¿qué sucedió entonces? Pues habría que asomarse a las estadísticas y entender la parte sicológica. A pesar de que todos los jugadores salieron un día por el 1 y el otro por el 9 (dije 9, no 10 y dije bien), valdría la pena observar que cinco de los seis hoyos más difíciles del recorrido se ubican precisamente en los hoyos 6, 1, 5, 2 y 3 (en el orden de su grado de dificultad, de difícil a fácil). Tan solo el paso por esos seis hoyos (incluyendo al 4) arrojó un promedio total de 2.4344 golpes por arriba del par. Nada fuera de lo común para nosotros, golfistas de fin de semana, pero una verdadera tragedia para los mejores del planeta.

¿Cuánto puede pesar un extra de 2.4 golpes en seis hoyos para quienes acostumbran mantener un promedio por debajo del par de campo todo el año? Lo suficiente como para desalentar cualquier segundo esfuerzo.

En concreto, tuvimos un torneo que volvió a dignificar al par de campo sin tener que meterle más de 7500 yardas al recorrido. Fairways angostos, rough con pasto alto, greens duros como rocas y banderas colocadas en zonas rodeadas de peligro, son suficientes para humillar a los mejores golfistas del orbe.

De esta forma, no podemos considerar obsoletos a nuestros antiguos campos en el país y, en especial, los de la Ciudad de México y alrededores, ni siquiera por una altitud que provoca vuelos más prolongados que al nivel del mar. El día que queramos resultados cercanos al par de campo, bastará con preparar el terreno conforme a las exigencias de la USGA en este torneo. Los resultados nos darían la razón.

fdebuen@par7.mx